Basada en: Historias de bandidos y estafadores del período Edo, especialmente la figura legendaria del ladrón juvenil Benten Kozō
Autores: Kawatake Mokuami (1862)
Género: Drama del mundo común (sewamono) con elementos de ningyō-jōruri
Lugar: Teatros Kabuki de Edo (actual Tokio), Japón
Entre las obras más carismáticas del repertorio kabuki, Benten Kozō destaca como una joya teatral donde la astucia, el engaño y la identidad se entrecruzan en un torbellino de dramatismo y estilo. Estrenada en 1862, la obra captura el espíritu vibrante del Edo tardío, fusionando crimen, humor y emoción en un relato que se ha convertido en uno de los favoritos del público japonés.
Su protagonista, el joven ladrón Benten Kozō Kikunosuke, es célebre por su habilidad para disfrazarse y manipular las percepciones de quienes le rodean. El momento más famoso de la obra es su impactante monólogo de revelación de identidad —un clásico del kabuki— en el que, tras fingir ser una elegante joven, arranca su kimono para mostrar quién es realmente, desafiando al mundo con orgullo y valentía.
La puesta en escena de Benten Kozō es una explosión de dinamismo. Las calles de Edo, los comercios, los santuarios y los puentes se recrean con un detallismo vibrante, transportando al espectador a un Japón urbano lleno de vida y contradicciones. Los trajes, cuidadosamente diseñados, oscilan entre la delicadeza femenina del disfraz de Benten y la audacia masculina del bandido, mientras el maquillaje kabuki acentúa sus gestos dramáticos.
La música tradicional —dominada por el shamisen y los ritmos narrativos del gidayū-bushi— sostiene la tensión teatral y subraya tanto los momentos de comedia como los instantes más solemnes.
Más allá de ser una historia de crimen, Benten Kozō es una exploración de la identidad, el honor personal y la rebeldía contra las normas sociales. En su figura, mitad pícaro y mitad héroe trágico, se refleja la complejidad del alma humana.
Presenciar esta obra en un teatro kabuki es sumergirse en un mundo donde las apariencias engañan, los gestos hablan por sí solos y la teatralidad alcanza una belleza inolvidable.